GABRIEL BYRNE


Durante el rodaje, no me di cuenta del significado profundo de la película. Para un actor, creo que no es bueno ser demasiado consciente del aspecto general de la película. Nosotros sólo teníamos que interpretar a los personajes. Es al ver la película cuando me doy cuenta del papel que desempeñamos cada uno de nosotros en relación con el contenido de la película.
A un actor siempre le resulta difícil verse en la pantalla con objetividad. Yo siempre tengo la impresión de que es precisamente cuando me libero del personaje es cuando sé cómo interpretarlo. Por eso, estaba nervioso antes de la película, porque no conocía Israel. Pero me di cuenta que en Inglaterra o en Irlanda, conozco a cientos de personas que son como Josué, cerrados, contenidos, arrogantes, posesivos, inteligentes ¡Se trata de un carácter universal!
No se trataba de hacer una caricatura, sino de interpretar a un hombre.

Byrne

- ¿Qué opina de Josué?

- En muchos sentidos, Josué es muy representativo de los hombres de 1983 que no logran admitir el hecho de que el mundo cambia y que su relación con las mujeres también evoluciona al mismo tiempo. Hace 20 años, Josué le hubiera dicho a Hanna: “¡Vas a casarte conmigo!” Punto final. Y ella lo hubiera hecho. Pero, en la actualidad, le desconcierta la independencia de Hanna. Cuando terminamos el rodaje, me sentía muy cerca de Josué. ¡Había vivido con él cuatro meses! Pero estaba contento de que todo hubiera terminado porque no me gustaba demasiado. Sin embargo… me dije: “¡Adiós, Josué! ¡Hola yo!” De hecho, ¡me he librado de él bastante rápido!

- Aparte de la dificultad que plantea interpretar a alquien que no te gusta, ¿ha tenido algún otro problema con su personaje?

- No me gustaba demasiado, pero lo entendía. Comprendo sus problemas, aunque no esté de acuerdo. Es un tipo de hombre conservador, posesivo. Yo sé lo que significa ser posesivo. Creo que en todos nosotros hay un “grado” de espíritu posesivo cuando estamos enamorados. Al menos yo lo soy. Por eso no fue difícil interpretarlo. También estaba el tema del acento. Al llegar a Israel estaba bastante nervioso; había escuchado y observado con atención y gracias a eso conseguí coger el acento. No quería que la gente dijera: “¡Ah, es un irlandés que interpreta a un israelí!”.
También me preocupaba lograr un equilibrio para el personaje. No quería que fuera demasiado desagradable. Quería que la gente comprendiera por qué Hanna podía enamorarse de él.
Y, por supuesto, estaba muy nervioso porque era una película de Costa-Gavras.

- ¿Cómo fue su primer encuentro?

- Fue bastante divertido, la verdad. Estaba citado con él el 18 de diciembre, que era el último día del rodaje en Londres. Me fui del plató a las dos y cuarto para estar por la tarde en París porque Costa se iba a Israel al día siguiente por la mañana. Llegué al aeropuerto y durante cinco minutos me dije: "No, no voy ir a París. No quiero pasar ese trago. No lo soporto…" Un actor debe, tiene que saber presentarse. Lo mismo que si fuera un productor.
Al llegar a casa de Costa fue cuando me di cuenta de mi error: ¡había ido directamente, sin desmaquillarme, con la peluca puesta! ¡Había hecho todo el viaje con esa pinta! ¡Casi me muero de vergüenza!
Resumiendo, Costa llegó. Fuimos a tomar un café con Claire, su ayudante y con Michèle, su mujer. Estamos con sardinas en lata alrededor de una mesa. Me acuerdo que Costa jugueteaba con un terrón de azúcar.

- Este tipo de encuentros puede resultar difícil para un director.

- Desde luego. Es lo que pensé, pero después decidí relajarme y dejarme llevar. Hay gente que hace que ese tipo de encuentros sea aún más difícil, pero Costa se las arregló para que fuera más llevadero. Hablaba, no dejaba de formular preguntas. Hablamos de todo, incluso de Carlos y de Lady Diana. Después, me di un paseo por las calles de París. Me entró hambre y pasé por casualidad por delante de un restaurante griego. Y pensé: ¡Esto debe ser una señal!"

- ¿Y la señal se hizo esperar?

- Costa tenía que volver a llamarme antes del miércoles, es decir cuatro días después. ¡Pero tuve que esperar un poco más! Un día, Jeremy, mi agente, llegó y me dijo: "Ya está. ¡Lo has conseguido!" Mi mujer se puso a dar saltos de alegría. Yo no sabía qué hacer, me sentía como un robot. ¡Así que me fui directamente a la nevera! Después me puse unas zapatillas de deporte y me fui a la calle y me puse a correr. No me daba cuenta de lo que me pasaba. Tenía un vacío en la cabeza y lo único que quería hacer era correr. Estuve corriendo una hora y quince minutos con la mente completamente en blanco. Al volver comprendí por qué había ido a la nevera… ¡A buscar el champán!

- ¿Cómo discurrió el rodaje?

- Hay directores que intentan que interpretes la ira, la tristeza, etc. Costa es una persona que se interesa por la gente, que la comprende y que la quiere. Consigue ese clima de comprensión en el plató. Además, sabe confiar en los demás. Confía en la cámara, en la iluminación, en el sonido. La cámara está ahí y él observa la interpretación de los actores. Esto da mucha seguridad a un actor, pero también es un poco angustioso porque tienes siempre ese par de ojos clavados en ti y siempre eres consciente de esa mirada.

- ¿Cómo se relacionó con los actores?

- Mohamed es palestino. Yo soy irlandés. Así que había cierta complicidad entre nosotros. Porque ser palestino en Israel se parece mucho a ser católico en Irlanda. Comprendemos las mismas cosas. Con Jill era diferente. Es una persona extremadamente reservada. Yo también. De todas formas creo que es una actriz maravillosa, realmente increíble. Cuando le tocaba interpretar una escena, siempre proponía a Costa cinco maneras distintas de hacerla.

- No es un método muy habitual de trabajo para un actor. ¿Usted también lo hace?

- No. Yo no trabajo de esa manera. Intento fijar un eje y agarrarme a él. Jill proponía más variaciones y esa amplitud de miras no iba con mi personaje. Josué tenía que ser muy firme.

- ¿Y Jean Yanne?

- Había visto trabajar a Jean Yanne en "El carnicero" de Chabrol. En Inglaterra está considerado como uno de los mejores actores franceses.

- ¿Ha visto usted alguna de sus películas?

- No. Pero me sorprendió mucho la diferencia que existía entre Jean Yanne en la película y Jean Yanne en la realidad. Porque en privado es una persona muy divertida. Y no para de hacer bromas. Yo no hablo francés pero el equipo de la película siempre se estaba riendo. De repente, ese mismo Jean Yanne se pone muy serio. Pero trabaja de forma muy distendida y muy exacta al mismo tiempo. Es muy francés. Me encanta esa forma de trabajar.

- ¿Le parece que hay diferencias en los estilos de interpretación según las nacionalidades?

- Sí, desde luego. El estilo inglés es muy formal, más bien técnico. El francés es el que más admiración me produce porque es el más relajado, el más fácil, el más natural. Crees lo que ves, crees a la gente. Es como la realidad. También es muy diferente al estilo italiano que es mucho más emocional, como el español. El estilo americano es el que más se parece al francés.

- ¿Y usted, en qué estilo se encuadra?

- Hay unos 60.000 u 80.000 actores ingleses con un estilo propio que no se parece al de los irlandeses. Y un irlandés no lo entiende a la primera. De hecho lo consiguen muy pocos… Richard Harris, Peter O'Toole, Colin Blakely… Hay muy pocos. Es una tarea realmente ardua porque para a un irlandés sólo le ofrecen papeles de irlandés. Pero no merece la pena ser actor si sólo puedes interpretar estereotipos.

- ¿Es lo que le ocurre a Mohamed en Israel?

- Exactamente. Allí sólo puede interpretar papeles de árabe tal y como lo ven los israelitas. Yo intento siempre que puedo no limitarme a papeles de irlandés.

- ¿Cómo se convirtió en actor?

- Fui profesor de español en varios colegios. Y para ser profesor hay que tener vocación porque tienes que enfrentarte a unos chicos que en su mayoría van a clase por obligación, porque no tienen otra elección. Y hay muchos a los que les gustaría estar haciendo otra cosa. Pero tú estás ahí para enseñarles español y hacer que les interese. Así que me di cuenta que la mejor forma de enseñar era poniendo en escena pequeñas historias con diálogos. Pero un día me sentí atrapado. De repente mi futuro desfilaba ante mis ojos: hacer siempre lo mismo, siempre lo mismo. Así que cuando llegaron las vacaciones de verano me fui y me uní a una pequeña compañía de teatro en Dublín que se especializaba en autores clásicos, Shakespeare, Shaw, etc. Yo interpretaba de todo, pero sobre todo pequeños papeles. Trabajé durante un año y después montamos una especie de cooperativa de autores y de actores, una suerte de teatro que se consideraba revolucionario en Irlanda. De hecho, en vez de interpretar a los clásicos, analizábamos los problemas sociales, etc. Era una forma de hacer que el teatro fuera accesible para la gente de a pie. Llegar a montar una obra sobre las condiciones de internamiento en las cárceles irlandesas. Me fui un año después para entrar en el teatro Abbey que es el teatro nacional de Irlanda. Fue una experiencia totalmente diferente porque es una compañía que ha integrado totalmente la tradición. Fue muy interesante. Al cabo de un año, volví a sentir el gusanillo del cambio. Y como no había muchas posibilidades en el teatro irlandés, trabajé en una serie de televisión…

- ¿Con qué directores le gustaría trabajar?

- Creo que en Francia hay mejores directores que en ningún otro país del mundo. Me encantaría trabajar con Truffaut. Sus películas son increíbles. Pero yo soy quién para decir: "Quiero trabajar con Truffaut". Él es quién tiene que decir que quiere trabajar conmigo.

- ¿Siente usted que su vida cambia después de cada película?

- Siempre se están aprendiendo cosas. Se aprende algo nuevo todos los días. A veces se tarda mucho tiempo en comprender que has aprendido algo que te ha hecho cambiar. Estuve cuatro meses en Israel. Conocí a mucha gente, hablé con ellos y pude hacerme una idea más exacta de lo que ocurría allí. Y eso me permite hacer comparaciones más maduras. Creo que el verdadero problema supera los límites de Israel como país. Hay que verlo en un contexto más amplio, internacional. Haber estado en Oriente Próximo me ha hecho más consciente de la similitud de la lucha de los palestinos y la de los católicos en Irlanda del Norte. No es exactamente lo mismo, pero hay muchos elementos idénticos.
Creo que ser palestino en Israel es como ser un ciudadano de "segunda clase". Y ser un irlandés en Inglaterra también es ser de "segunda clase". Y eso se refleja de forma muy matizada en la película. Por ejemplo, hay una escena en la que Jill Clayburgh y Jean Yanne van en coche. Llega un momento que paran el coche para preguntarle una dirección a un soldado israelí. Y al fondo se pueden ver las nuevas colonias israelíes construidas en las colinas, que en caso de emergencia se convierten en verdaderas fortalezas. De hecho parecen fortalezas. En Derry, en Irlanda del Norte, los protestantes también viven en las colinas. Psicológicamente los católicos viven en un geto que está abajo y se ven obligados a levantar la cabeza para ver a los protestantes. Y de la misma forma, los protestantes tienen que mirar hacia abajo para ver a los católicos. En los territorios ocupados ocurre lo mismo, salvo que los palestinos están en el centro, rodeados por las colonias israelíes.

- ¿Es usted un actor comprometido?

- No creo que el papel de un actor sea implicarse en la política. Pero en mi vida privada, sí lo que lo soy. Y con esta película, en muchos aspectos me he vuelto mucho más comprometido. Es imposible rodar una película en Jerusalén como estuvieras en Honolulu.
Mi mujer me acompaña en todos los rodajes. Me ayuda a mantener los pies en la tierra. Gracias a su presencia una película no es más que una película. No es la vida real. Para mí, lo más importante es mi vida privada. SI pierdo el sentido de la realidad, de mi identidad, lo que hago no tiene ningún valor. No podría expresar nada. Mi mujer es la guardiana de mi sentido de la realidad.
La única forma de evolucionar es seguir en contacto con la gente. Eso es lo más importante porque de todas formas, seas quién seas, sólo se puede dormir en una cama, sólo se puede vivir en una casa y ¡conducir un solo coche!

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